Cuando el azar nos ofrece cosas tan buenas, uno no puede sino
compartirlas. Hace un tiempo hice una consulta con interés académico y terminé
contactándome con uno de los principales impulsores del estudio de la
historieta latinoamericana, Dario Mogno, director de la Revista Latinoamericana de Estudios
sobre la Historieta durante sus 10 años de vida (2001-2010), y de la cual pueden encontrar casi todo los ejemplares en la biblioteca de la PUCP. Como si
esto hubiera sido poco, Dario ofreció contactarme con Juan Padrón Blanco, animador e
historietista cubano, creador del personaje de historieta más emblemático de la
isla, y sobre quien escribiera un post hace unas semanas.
De ahí surgió la increíble entrevista que abajo copio. Juan tuvo
la amabilidad de regalarnos varias cosas muy interesantes, y en algunos casos
inéditas, sobre su apreciación acerca de la animación y el cómic. Unos ejemplos
son: la relación entre la política y la historieta, una pequeña pero jugosa
crítica sobre el anime y sus
imitadores, el consumo de material
estadounidense en Cuba, sus nuevos proyectos, su relación con Quino y Jan, entre
otras cosas de las que ya no los quiero seguir privando, así que aquí me quedo.
AarónV: Así
como sucede con otros polifacéticos autores, tú eres historietista, escritor,
guionista, animador y director. No obstante, pareciera que la faceta de
director-animador se ha constituido como la predominante de tu imagen. ¿Esto
fue algo planeado?, ¿consideras que refleja lo que es verdaderamente
predominante en tu trabajo u oculta otros aspectos?
Juan Padrón: Aunque enloquecía dibujando
historietas, de niño siempre me atrajo el cine de animación. En 1960
aparecieron los primeros animados cubanos y me propuse aprender ese arte ya en 1962, así que empecé por ser
animador (creo que era regular). Diez años más tarde dirigí mi primera película
corta.
La animación tiene un código muy
parecido y a la vez distinto al de la historieta; aparte de mover los
personajes y la cámara, podía usar
fondos, multiplanos, sonidos, música, voces, etc. Era un reto contar una
historia plano a plano, jugar con los segundos en pantalla, con las pausas, el
montaje y otras cosas. Eso fue lo que más me gustó del asunto y me obligó a
estudiar dramaturgia y diseño. Finalmente, me licencié en Historia del Arte en
la Universidad de La Habana.
No obstante, como la Animación es un
trabajo colectivo, en casa hacía historietas para realizar algo en solitario,
sin que nadie metiera las manos en mis dibujos. Siempre dibujé mal pero me
esforzaba. El caricaturista chileno Hervi decía –con mucha diplomacia- que yo
era un guionista que dibujaba.
Ahora también escribo novelas de
aventuras y trato de que se parezcan a una película; pero lo mío es el animado,
seguro.
AV: ¿Cuáles han
sido y son tus referentes para el desarrollo de tu faceta de director-animador
y para tu faceta de historietista?
JP: Aprendí a escribir guiones haciendo de ayudante de
Harry Reade, un dibujante australiano que trabajó con nosotros en el estudio de
animación en donde estaba en los 60s. Él es autor de La cosa, el primer animado cubano premiado internacionalmente. Fui
su animador para el corto ¡Viva papi!
Además, ilustramos libros juntos e
hicimos guiones para una serie de TV con niños (Los tremendos puntos) de la que filmamos el primer capítulo. Por
distintas razones, nunca se terminó, aunque nos sirvió de experiencia.
También en los 60s, pulí mis dibujos
con Juan José López, que era el mejor dibujante que había en Cuba entonces.
Hacíamos historietas para la revista Mella
y era mi tutor también con las animaciones.
Juan y Harry me enseñaron casi todo, como para arrancar con fuerza. Luego, cuando se marcharon de Cuba a finales de los 60s, y ya trabajando para el ICAIC (Instituto cubano del arte e industria cinematográficos), me dediqué a estudiar las películas animadas de la Warner Bros. en la moviola, cuadro a cuadro. También estudié muchos animados soviéticos, checos, polacos, búlgaros, etc. que veíamos por primera vez en Cuba.
Era fan de Chuck Jones, Tex Avery, Friz
Freleng y Bob Clampett, los clásicos. Me influyeron también las animaciones del
ruso Fiódor Jitrúk, cuyas películas iban a toda velocidad. Esto último lo digo
porque el tempo de los directores
socialistas era, en general, muy lento para nuestro gusto.
También analizaba los primeros animes que llegaron a Latinoamérica en
los 70s, y que se doblaban al español en Cuba. Fueron, para mí, una escuela de
cómo hacerlo todo con el mínimo de recursos. Animaban a 12 dibujos por segundo
y no a 24. Hacían también escenas a 8 y 6 dibujos por segundo. Una revelación,
pues no tenían nada que ver con la semi-animación de otros estudios, como Hanna
& Barbera, por ejemplo.
Estudié en moviola un animado que me
impactó entonces: Las aventuras de Hols:
El príncipe del Sol, pues la puesta en escena era brillante. Como los
créditos aún estaban en japonés no supe, hasta muchos años después, que la
puesta la había planeado el maestro Miyazaki. Sin embargo, encuentro el manga y anime actual, insoportable.
En cuanto a la historieta, mis
referentes fueron los españoles de los 50s. Del TBO: Peñarroya, Conti y
Vázquez; de ellos aprendí que no hacen falta los fondos hasta que sea necesario
mostrarlos; a dibujar medio árbol o medio sofá, antes que meterse a diseñarlos
completos; a poner mucha hierba para no tener que dibujar tantas patas de
caballos; y muchos otros trucos.
Luego también les debo a Franquin, Peyo
y Morris, de la revista Spirou. Con
ellos por primera vez vi historietas con dibujos y guiones de alta calidad. De
hecho, durante un tiempo estudié los caballos de Morris y los fondos tropicales
de Franquin. Luego, a través de la agencia Prensa
Latina recibimos obras de Hugo Pratt y de otros maestros europeos.
Finalmente, fui ayudante del maestro
Tulio Raggi.
Soy un producto de todo eso.
AV: Me llama mucho la atención que digas que el anime y el manga actual
te resultan insoportables. Entiendo que te refieres a las series más
comerciales, ¿es así?, ¿qué
características son aquellas que hacen que los consideres insoportables?
JP: Primero decirte que soy admirador de muchos
dibujantes y animadores japoneses, como el maestro Miyazaki, por ejemplo. Del
cómic japonés Wonder 3 (Osamu Tezuka)
tomé muchas cosas relacionadas a cómo narrar la historia, las pausas, el uso
del blanco y negro, cómo dibujar el mar, etc. De hecho, con el dibujante Luis
Lorenzo, realicé guiones para dos cómics sobre samuráis: Kombey el samurái y Ronin.
En realidad, antes que hubiera
internet, vimos manga casi de casualidad. Los jóvenes sí te podrían hablar de
títulos, autores, etc. Yo no conozco casi nada de manga. Me quedé en Astro boy y Wonder 3, de los 60s. Ah, y Akira,
claro. Hasta aquí mi cultura manga.
Respecto a la animación, aquí en Cuba estuvimos
muy influenciados por el cine japonés en los 70s. Se estrenaban más de 60
filmes japoneses al año. También vimos
mangas que llegaron como regalos de periodistas japoneses, aunque sin
traducir.
Actualmente, todos los sábados la TV
cubana transmite un programa llamado X-Distante,
especializado en animados para adultos de todo el mundo, donde muestran series
japonesas y lo último en anime. Le hago zapping, pues no logro ver una película
entera. Los japoneses hacen maravillas con la imagen, son unos maestro, pero lo
que me desconecta del anime comercial son su clichés: el moquito que entra y
sale de la nariz para decir que el personaje duerme, la mano en la nuca cuando
el personaje está embarazado o apenado, la sangre por la nariz cuando recibe
una emoción erótica, los personajes todos tienen problemas con sus peluqueros,
los ojos llenos de reflejos, las mismas poses, corren igual unos que otros. Además,
los personajes se van de diseño, del realismo a la caricatura, por ejemplo, y
tan campantes. En realidad son muchas cosas, como que las explosiones van
siempre, todas sin fallar, precedidas por una burbuja de energía y un silbido;
animan las balas saliendo por el cañón del arma una y otra vez; así como las
cámaras lentas con la sangre; no hacen lip-sync
ni siquiera con el diálogo en japonés, hablan abriendo y cerrando la boca; y
etcétera, etcétera.
Muchos jóvenes animadores copian esos
clichés y manierismos por gusto. Una picuencia, una horterada. Puedes ver
películas animadas por todo el mundo hechas así, españolas, cubanas, francesas;
de forma que todas parecen realizadas en Tokio.
Vi un chiste en la revista New Yorker, se ve a unos señores en un
muelle y a lo lejos, en el mar, un hombre grita desesperado:
- Au secours! Au secours!
Uno de los señores dice:
- O es francés o tremendo snob.
Pues lo mismo pienso al ver imitar los animes.
AV: Una de las
características de la historieta cubana es su inevitable referencia política (y
contestataria en mayor o menor medida), incluso tus largometrajes de ficción
sobrenatural sobre vampiros tienen esta característica fuertemente marcada.
¿Consideras que la relación entre política e historieta es algo necesario o
contingente?, ¿contextual o universal?, ¿un autor siempre debería estar
comprometido, aunque sea ligeramente, en darle algún contenido político a su
trabajo?
JP: Los autores, como todo el mundo, no se pueden
despojar de una ideología, producto del
tiempo y la sociedad en que viven; quieran o no, reflejan en sus obras, más o
menos, las ideas de esos momentos.
Yo era niño cuando los estadounidenses,
que jamás dijeron ni pío contra el general Batista, se pelearon con nosotros
por la Reforma Agraria. De pronto, mis héroes americans del cómic y la TV
eran enemigos. Los Halcones Negros, Superman, Batman; todos estaban contra mi
país. Los americans arremetieron con
todo. Vi una historieta donde Supermán, como Clark Kent, venía a Cuba a
rescatar a Jimmy Olsen y a Louis Lane, cautivos de los barbudos castristas.
Escapaban del fusilamiento por un pelo y Supermán decía que no podía hacer nada
contra Castro pues el suelo de Cuba estaba lleno de trozos de kryptonita. Luego
vi otra, en la revista Frentes de Guerra,
sobre el ejército rebelde fidelista, donde ni siquiera dibujaron bien la
bandera de Cuba. ¡Qué plastas!
Así que mandé a la puñeta a los héroes americans. No les iba a rogar que me
quisieran ellos a mí.
Por otro lado, la sociedad cubana
estaba americanizada; así que de pronto (de un día para otro), para muchos
dirigentes de la revolución era pecado leer cómics y revistas yanquis, mascar chicle, fumar
cigarrillos americanos, usar jeans,
oír discos de Elvis Presley; casi traición a la patria. Pensaban que poniendo
mala cara a la gente iba a dejar de gustarle esas cosas. Problemas ideológicos
de ambos lados.
En el animado de Vampiros en La Habana, el científico quiere dar el Vampisol gratis
(así es la medicina en Cuba), por lo que en la revista estadounidense Variety calificaron la película de
socialista. Para ellos era cine de un país totalitario, con propaganda roja:
eso de dar cosas gratis a la gente. Era 1985.
Cuando hice una serie sobre la guerra
hispano-cubano-estadounidense (Más se
perdió en Cuba), los co-productores opinaban que la bandera cubana aparecía
en muchas ocasiones (4 veces) y que eso era una manifestación de nacionalismo o
chovinismo cubano. Querían que la quitara. Sin embargo, apuesto a que no verán
una película american donde no salga
la bandera de EEUU por alguna parte. Muchas veces Superman vuela sobre la
cúpula del capitolio donde esta ondea o pelea en la luna y endereza la bandera
antes de volver a la Tierra. Pero, como es la bandera estadounidense, de
ninguna manera eso es chovinismo, claro.
La bandera cubana se quedó en la serie.
Otra anécdota. Cuando estuve de jurado
en Gijón, hace muchos años, compitió una película japonesa donde los soviéticos
invadían Europa y eran aplastados, desde el espacio, con los aparatos de la
Guerra de las Galaxias que quería desplegar el entonces presidente Ronald Reagan.
(Cine muy comprometido, vamos). Me
sorprendió que los otros jurados no consideraran ese animado como un panfleto,
una peli pagada por el Departamento de Estado de EEUU, a favor de armar el
cosmos. Al contrario, les pareció bien.
Era la Guerra Fría y para ellos los malos éramos los países socialistas,
que teníamos disidentes (los disidentes de Occidente eran conocidos como renegados), represión soviética y
queríamos esclavizar al Mundo Libre.
Así pensaban, con toda naturalidad,
aunque no percibían que el Mundo Libre
de entonces iba de la mano del apartheid,
y de gentuza como Batista, Trujillo, Duvalier, Somoza, Stroessner, Pérez
Jiménez, Salazar, Franco, Nguyên Van Thieu, Pinochet y los militarotes de Brasil, Argentina y Uruguay, entre otros.
Cuento esas cosas porque cada persona
veía las mismas cosas de forma distintas, según la ideología que tenía.
Ahora, hay que aclarar que cuando la
ideología tal o cual se hace por
encargo, o se mete a la fuerza en una obra, es un panfleto artificial, lo que
los cubanos llamamos teque, algo así
como un bla bla blá oficialista y
políticamente correcto, para halagar a los que están en el poder, sean
militares, negociantes, religiosos o mafiosos.
El teque
es antiestético y contrarrevolucionario.
AV: El rechazo al cómic norteamericano debió conllevar perderse material
gráfico de alta calidad, como los trabajos de Kirby y Ditko. ¿Eso pasó en tu
caso?, ¿sientes haberte perdido a esos autores o es que fueron compensados por
influencias equivalentes de Europa oriental u otras fuentes?
JP: No hubo rechazo al cómic estadounidense, el cómic
estadounidense nos rechazó a nosotros. Simplemente sucedió que con el Bloqueo el petróleo, medicinas,
alimentos, piezas de recambio, las cuchillas de afeitar Gillette, los chicles,
los filmes, y los cómics estadounidenses dejaron de llegar a Cuba.
Veíamos cómics estadounidenses underground en revistas especializadas
que llegaban a las hemerotecas (Bang,
Cimoc, El Víbora, Charlie, Comic Art, etc.). Los autores cubanos se iban
más hacia el cómic que no era de superhéroes, sus estrellas eran dibujantes
españoles, franceses y los argentinos afincados en Europa.
La agencia Prensa Latina creó un equipo llamado Grupo P-Ele, que promovió la información sobre el cómic mundial y
distribuyó obras de autores
latinoamericanos y europeos. Hicieron una biblioteca de ilustradores y de
autores de cómics para los del gremio, en donde podías ver dibujantes y
guionistas argentinos, españoles, alemanes, franceses y estadounidenses: Kirby,
Ditko, Frazzeta, Wood, Davis y otros.
No nos influían para nada los
historietistas de los países socialistas pues no había prácticamente ninguno
que las produjera. Uno o dos en Hungría y Yugoslavia (hablo de los 70s y 80s).
A veces aparecía algún ruso o checo tratando de hacer cómics, pero eran muy
malos. Es como jugar bien al béisbol, hay que empezar de niño.
Algo interesante era que los checos y
los alemanes sí traducían y publicaban muchas de nuestras historietas en sus
revistas para niños y jóvenes.
AV: ¿Cuál fue
el impacto de que dejara de importarse historieta extranjera y cómo es su
consumo actualmente?
JP: Como te comento, desde 1960, y luego con el Bloqueo, dejaron de venderse cómics
(eran todos extranjeros: mexicanos, de EEUU y españoles) en las librerías y
estanquillos. Enseguida entraron cómics de origen incierto (argentinos,
italianos, etc.) sin copyrights y de
muy mala calidad. Luego desaparecieron.
Se encontraban historietas de los 50s
(versiones mexicanas de las americans)
en librerías de viejo, pero había que dar un cómic para que te vendieran otro.
Era un negocio tan hostil y anti-popular que quebró enseguida.
En realidad, una de las pocas cosas
buenas del Bloqueo fue que provocó
que surgiera la historieta de autores cubanos; aunque, actualmente, en la
práctica, la historieta cubana no se publica, a muy poca gente le interesa que
se imprima.
Respecto a lo extranjero, hoy en día no
se comercializan cómics de afuera en las librerías de Cuba. La gente los trae
cuando viaja o son regalos de visitantes. Los jóvenes siguen los cómics por
internet.
Además de eso, en La Habana hay una
casa cultural belga donde se puede ir a leer cómics europeos gratis.
AV: Si bien el
contenido de las historietas cubanas ha sido predominantemente contestatario
respecto a la hegemonía estadounidense, ¿se ha desarrollado algo así como una
historieta cubana disidente, sea fuera o dentro de la isla?
JP: Vi un cómic a todo color, muy bien hecho, sobre la
Virgen de la Caridad del Cobre (Patrona de Cuba), que circuló entre los
religiosos cubanos. Fue pagado por la Iglesia Católica y era un llamado a que
los mayores no impidieran que los niños creyeran en Dios.
Lo más “disidente” que he visto por el
momento.
Seguramente cómics muy anti-Castro
habrá por ahí. Si eres cubano y deseas triunfar en el mundo editorial fuera de
la isla, llamar la atención de la crítica especializada, lo mejor es hacer
obras muy disidentes. No falla.
AV: ¿Podrías
contarnos un poco de tu relación de amistad y de trabajo con Juan López
Fernández (Jan) y Quino?
JP: Conocí a Juan José en el ICAIC en un departamento que hacía créditos
animados y spots para una serie
titulada Enciclopedia Popular. Yo era
aprendiz, con 15 años, y Juan se interesó por mis dibujitos. Se dedicó a tratar
de que mejoraran y fue mi maestro durante muchos años en Mella, en los estudios de Animación de la TV y en el semanario Pionero.
Recuerdo que una vez hicimos 32 páginas
en una noche-madrugada, dibujando a dos manos. Yo hacía lápiz, él entintaba; yo
hacía letras, él rellenaba; yo borraba… y así. No quedó mal, eh.
Juan revolucionó la historieta en Cuba
y tuvo muchos discípulos y seguidores, e incluso algunos imitadores, como yo,
por ejemplo. Trabajamos juntos mucho tiempo y, claro, muchas mañas y guiños de
su estilo están en el mío. Siempre lo he admirado, pues se hacía un maestro en
lo que metía mano: excelente animador, diseñador gráfico, ilustrador,
fotógrafo, historietista, diseñador de personajes, colorista. Mi gurú.
Ya hay una calle en Cataluña: Calle del dibujante Jan. Se la merece.
En cuanto a Quino, fue invitado como
jurado al festival de cine latinoamericano de La Habana en 1984 y le serví de
guía por la ciudad: lugares históricos, bares, tabernas, cervecerías.
Quino repitió las visitas a Cuba y casi
vivía en mi casa. Mi hija Silvia, entonces de 4 años, lo peinaba. Trabajábamos
en La Habana, en Milán y en Madrid, siempre con buen vino de por medio.
A principios de los 90s, preparamos y
realizamos Mafalda y sus amigos, una
serie de 108 chistes de un minuto, sin diálogos. Me divertí un montón
trabajando con Quino. Como tenía que desarmar sus dibujos y fondos para las
películas, aprendí muchísimo con sus puestas en escena y sus diseños. A partir
de entonces presto mucha más atención a los movimientos de las manos, las
miradas y las poses de los personajes.
Siempre que nos vemos la pasamos de
maravilla, nos divertimos, que es lo que dice él que hay que hacer en la vida.
Imito cosas de Jan y de Quino, por
supuesto. Si uno va a copiar, pues copiar de lo bueno.
AV: ¿Cuáles son
tus nuevos planes y proyectos?
JP: Ahora estoy ilustrando una de mis novelas sobre el
personaje Elpidio Valdés. También
estoy revisando nuevas ediciones de las novelas Vampiros en La Habana y
Vampirenkommando; así como El libro
del mambí, una recopilación ilustrada de cómo eran el Ejército Libertador
de Cuba y el Ejército de Operaciones español: sus armas, grados, uniformes,
etc. Es un trabajo que hice durante muchos años como documentación
histórico-militar para los proyectos con el personaje Elpidio Valdés.
Estoy preparando, junto al periodista
español Mauricio Vicent, una historieta de 250 páginas sobre sus aventuras
juveniles becado en Cuba. Además estoy escribiendo un guión para un corto
animado, Zip Xérep, héroe del siglo 22; y para un
largometraje, Tribu Tapok.
Estoy aprendiendo a pintar con
acrílicos y me divierto con los nietos.
Me da rabia que uno no pueda pasarle
todo lo que aprendió a los nietos, como si fuera una memoria flash. Te pasas la
vida estudiando, asimilando y luego te mueres. No debería ser así.
AV: Muchas gracias Juan, ha sido una entrevista
genial.
JP: No hay de qué.
Comentarios
Quiero felicitarte por esta entrevista, muy importante yademás un auténtica primicia cuando desconocemos tanto de la historieta en el Caribe.
Enhorabuena.
Antonio Martin
amartinwalker@gmail.com
Salud