Tienen que leer este texto sobre el verdadero significado del disfraz de un superhéroe. Descabelladamente genial. Pueden encontrar la parte UNO dado click aquí.
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Sobre las razones por la cual Superman llegó en ese momento cero, hay menos concierto. Dentro de las teorías armadas por fans, críticos y otras personas de igual obsesión, la idea de Superman nace de la recapitulación, si ningún orden en particular de Friedrich Nietzsche; de Philip Wylie (en su novela “Gladiador”); de las fuerzas, debilidades y neurosis de sus creadores, Jerry Siegel y Joe Shuster, de Cleveland, Ohio; del deseo doloroso de la Gran Depresión; de la experiencia (judía) del inmigrante; de los estratagemas maestros de textos populares en sus búsquedas de dominación del lector; de fantasías de Edipo reprimidas y querencias homoeróticas; del fascismo; del capitalismo; de la producción de la cultura en masa (y no en buena manera); de hombres fuertes celebrados y de propulsores de la cultura física como Eugene Sandow; y de una librería de precursores literarios no tan Supermanescos, con Doc Savage a la cabeza de todos.
La mayoría de estos racionales dependen, hasta cierto grado, de la historia; ellos anexan la llegada de Superman, a mitades de 1938, a varios senderos intelectuales, sociales y económicos de la era de la Depresión, hasta la influencia del aura de celebridades contemporáneas y sus autores, a la estructura y las demandas de publicación y distribución de revistas, etc. Para mi propósito, podría construír una etiología similar de la vestidura del superhéroe, haciendo referencia, digamos, a la lucha profesional y a las vestimentas de circos usadas a comienzos del siglo veinte, a los conjuntos de botas, capas y mallas usado por piratas y espadachines en obras de teatro y films de Hollywood, a la ropa atlética contemporánea para hombres, con la forma del unitardo y calzoncillos en forma de shorts, hasta los diseños de Alex Raymond y Hal Foster y el asombroso Frank R. Paul, creador de portadas de revistas pulp. Podría citar las influencia del Art Deco y la estética Linear Moderna, con sus raíces en las fantasías de poder, velocidad y vuelo, o posicionar el traje como un alter ego de la moda a toda la ropa pesada que usaban los hombres en aquél entonces. Cuando en realidad, el punto de origen no es una fecha o una teoría o un conjunto de modas culturales, pero la historia, la intersección de un deseo y la punta de un lápiz.
Ahora el momento ha llegado para proponer, o confrontar, una verdad fundamental: como la persona que lo viste, el disfraz del superhéroe es, por definición, un objeto imposible. No puede existir.
Uno puede fácilmente encontrar evidencia sugestiva para este hecho en cualquier comic al estudiar el espectáculo de aquellos bravos y valientes que van a las convenciones de comics vestidos de sus personajes favoritos, aquellos miembros del público que aparecen vestidos en salones vestidos como Wolverine o Harley Quinn, la amante favorita del Guasón. Sin excepciones, hasta el más espléndido de estas vestiduras es a fin de cuentas, una decepción. Cada hilo, cada cocedura, cada pedazo de cinta adhesiva, cada línea de ropa marcándose bajo el disfraz, cada pantimedia, solo atina a revelar instantáneamente lo que siempre ha sido, una ilusión.
La apariencia de realismo en el disfraz de un superhéroe hecho de materiales reales es generalmente reconocida como una hazaña difícil, y muchos disfraces de este tipo ni se molestan en simular el efecto presumible en el ojo y el espíritu del espectador, ya sea por ejemplo, Black Bolt dejando un rastro positrónico de energía en el vestíbulo de algún Marriott. Este aire decepcionante de shorts colgando, antebrazos gelatinosos, y hombros encogidos puede ser el resultado de indolencia imaginativa, esa que permitiría que un hombre adulto se diga a sí misma que encontrará gratificación al caminar por el pasillo central de una sala de convenciones, usando unos pantalones caqui, la capucha de alguna casaca y una máscara de hule de Venom, completa con huecos en la parte de los ojos y una masa de hule meciéndose que supuestamente representa una lengua.
Sin embargo el realismo no es meramente dificultoso, el algo sin esperanza. El físico plausible de un héroe es inexistente, por más deseos fervientes que uno tenga en sí mismo como el hombre o la mujer dentro de la capa. Hasta aquellos disfrazados que van a las convenciones, que durante todo un año se esfuerzan en juntar todos los materiales, usando pistolas de goma, máquinas de soldar, maquillaje y agujas para verse lo más parecido posible a una Canario Negra o un Hombre Hormiga, son presa de las fuerzas implacables de la gravedad, el sudor y el ridículo. Y al final, no logran parecerse más al Hombre Hormiga que el holgazán con su máscara de Venom y su pase de tres días colgando de su cuello.
Este triste resultado aún en el velorio de miles de dólares gastados y de meses de trabajo arduo en coser y empacar relleno en cascos, tiene una simple explicación: el traje de un superhéroe no está hecho de fábrica, hule, o adamantio, pero de puntos diminutos, colores Pantone, líneas de contención entintadas, y toda la mano del artista. El disfraz del superhéroe, al ser dibujado, elimina la relación tradicional en el mundo de la moda entre bosquejo y vestido. No hace sugerencias. No tiene ninguna agenda. Un disfraz en un comic es una réplica sin ningún original, un modelo a escala de x:1. Su pureza gráfica significa que por más dinero y esfuerzo que les tires encima, el disfraz será llevado al abismo de la tontera singular que tragó, por ejemplo, el Batman y Robin de Joel Schumacher junto a sus cuatro pezones.
De hecho, la prueba más segura de la prepotencia de la vestidura de un superhéroe al ser trasladado de las páginas de un comic al mundo real, puede ser encontrada en películas y adaptaciones televisivas de estos personajes. Los pijamas ajustados de George Reeves en el viejo programa de Superman y las ropas de muñeca de carnaval que Adam West usó en Batman se han convertido hoy en día en versiones más “realistas”, en hule, cuero, plástico y cientos de accesorios inspirados en trajes espaciales o de buceadores. En sus intentos de escapar de los confines de los paneles de una página, el disfraz se ha vuelto inexistente, como esas criaturas del fondo del mar, que luchan para mantenerse en la oscuridad pero que cuando las fuerzas a la superficie, estallan en el acto.
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Sobre las razones por la cual Superman llegó en ese momento cero, hay menos concierto. Dentro de las teorías armadas por fans, críticos y otras personas de igual obsesión, la idea de Superman nace de la recapitulación, si ningún orden en particular de Friedrich Nietzsche; de Philip Wylie (en su novela “Gladiador”); de las fuerzas, debilidades y neurosis de sus creadores, Jerry Siegel y Joe Shuster, de Cleveland, Ohio; del deseo doloroso de la Gran Depresión; de la experiencia (judía) del inmigrante; de los estratagemas maestros de textos populares en sus búsquedas de dominación del lector; de fantasías de Edipo reprimidas y querencias homoeróticas; del fascismo; del capitalismo; de la producción de la cultura en masa (y no en buena manera); de hombres fuertes celebrados y de propulsores de la cultura física como Eugene Sandow; y de una librería de precursores literarios no tan Supermanescos, con Doc Savage a la cabeza de todos.
La mayoría de estos racionales dependen, hasta cierto grado, de la historia; ellos anexan la llegada de Superman, a mitades de 1938, a varios senderos intelectuales, sociales y económicos de la era de la Depresión, hasta la influencia del aura de celebridades contemporáneas y sus autores, a la estructura y las demandas de publicación y distribución de revistas, etc. Para mi propósito, podría construír una etiología similar de la vestidura del superhéroe, haciendo referencia, digamos, a la lucha profesional y a las vestimentas de circos usadas a comienzos del siglo veinte, a los conjuntos de botas, capas y mallas usado por piratas y espadachines en obras de teatro y films de Hollywood, a la ropa atlética contemporánea para hombres, con la forma del unitardo y calzoncillos en forma de shorts, hasta los diseños de Alex Raymond y Hal Foster y el asombroso Frank R. Paul, creador de portadas de revistas pulp. Podría citar las influencia del Art Deco y la estética Linear Moderna, con sus raíces en las fantasías de poder, velocidad y vuelo, o posicionar el traje como un alter ego de la moda a toda la ropa pesada que usaban los hombres en aquél entonces. Cuando en realidad, el punto de origen no es una fecha o una teoría o un conjunto de modas culturales, pero la historia, la intersección de un deseo y la punta de un lápiz.
Ahora el momento ha llegado para proponer, o confrontar, una verdad fundamental: como la persona que lo viste, el disfraz del superhéroe es, por definición, un objeto imposible. No puede existir.
Uno puede fácilmente encontrar evidencia sugestiva para este hecho en cualquier comic al estudiar el espectáculo de aquellos bravos y valientes que van a las convenciones de comics vestidos de sus personajes favoritos, aquellos miembros del público que aparecen vestidos en salones vestidos como Wolverine o Harley Quinn, la amante favorita del Guasón. Sin excepciones, hasta el más espléndido de estas vestiduras es a fin de cuentas, una decepción. Cada hilo, cada cocedura, cada pedazo de cinta adhesiva, cada línea de ropa marcándose bajo el disfraz, cada pantimedia, solo atina a revelar instantáneamente lo que siempre ha sido, una ilusión.
La apariencia de realismo en el disfraz de un superhéroe hecho de materiales reales es generalmente reconocida como una hazaña difícil, y muchos disfraces de este tipo ni se molestan en simular el efecto presumible en el ojo y el espíritu del espectador, ya sea por ejemplo, Black Bolt dejando un rastro positrónico de energía en el vestíbulo de algún Marriott. Este aire decepcionante de shorts colgando, antebrazos gelatinosos, y hombros encogidos puede ser el resultado de indolencia imaginativa, esa que permitiría que un hombre adulto se diga a sí misma que encontrará gratificación al caminar por el pasillo central de una sala de convenciones, usando unos pantalones caqui, la capucha de alguna casaca y una máscara de hule de Venom, completa con huecos en la parte de los ojos y una masa de hule meciéndose que supuestamente representa una lengua.
Sin embargo el realismo no es meramente dificultoso, el algo sin esperanza. El físico plausible de un héroe es inexistente, por más deseos fervientes que uno tenga en sí mismo como el hombre o la mujer dentro de la capa. Hasta aquellos disfrazados que van a las convenciones, que durante todo un año se esfuerzan en juntar todos los materiales, usando pistolas de goma, máquinas de soldar, maquillaje y agujas para verse lo más parecido posible a una Canario Negra o un Hombre Hormiga, son presa de las fuerzas implacables de la gravedad, el sudor y el ridículo. Y al final, no logran parecerse más al Hombre Hormiga que el holgazán con su máscara de Venom y su pase de tres días colgando de su cuello.
Este triste resultado aún en el velorio de miles de dólares gastados y de meses de trabajo arduo en coser y empacar relleno en cascos, tiene una simple explicación: el traje de un superhéroe no está hecho de fábrica, hule, o adamantio, pero de puntos diminutos, colores Pantone, líneas de contención entintadas, y toda la mano del artista. El disfraz del superhéroe, al ser dibujado, elimina la relación tradicional en el mundo de la moda entre bosquejo y vestido. No hace sugerencias. No tiene ninguna agenda. Un disfraz en un comic es una réplica sin ningún original, un modelo a escala de x:1. Su pureza gráfica significa que por más dinero y esfuerzo que les tires encima, el disfraz será llevado al abismo de la tontera singular que tragó, por ejemplo, el Batman y Robin de Joel Schumacher junto a sus cuatro pezones.
De hecho, la prueba más segura de la prepotencia de la vestidura de un superhéroe al ser trasladado de las páginas de un comic al mundo real, puede ser encontrada en películas y adaptaciones televisivas de estos personajes. Los pijamas ajustados de George Reeves en el viejo programa de Superman y las ropas de muñeca de carnaval que Adam West usó en Batman se han convertido hoy en día en versiones más “realistas”, en hule, cuero, plástico y cientos de accesorios inspirados en trajes espaciales o de buceadores. En sus intentos de escapar de los confines de los paneles de una página, el disfraz se ha vuelto inexistente, como esas criaturas del fondo del mar, que luchan para mantenerse en la oscuridad pero que cuando las fuerzas a la superficie, estallan en el acto.
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Texto de Michael Chabon, publicado el 10 de marzo del 2008 en The NewYorker.
Comentarios
Nunca antes habia leido semejante diseccion psicologica sobre el mayor pasatiempo de los frikis, con total logica y seriedad. Muy buen aporte, y ansioso por la 3ra parte.
PD: Ya ven, NUNCA se veran ni a la 10ma parte de Hal Jordan usando solo tela
Que bueno que lo disfrutes. La única vez que hice "cosplay" fue ir a ver Episodio 1 con la cara pintada de Darth Maul.
Luego de dos horas en una sala llena de fanboys con espadas láser, terminé con toda la cara sudada y la pintura corrida. Precisamente lo que dijo Chabon. Saludos!
Buen artículo, espero la parte 3
El comportamiento exagerado como manifestación fanática no es extraño en el mundo "real", solo que estás conductas son aceptadas por el entorno. Como algo natural pues está arragaigado en el gusto colectivo.
Así que no se sientan menospreciados Freakis y a los que alucinan que un freaki es un baboso que no tuvo infancia le digo que sencillamente abra su mente.
Encontraremos fanáticos de todo tipo en todas partes. A fin de cuentas prefiero varios freakis que son muy organizados y productivos en vez de pirañas regetoneros en las esquinas dando mal aspecto.